Entrada de blog por carmen - 22-08-2024
Forman parte del paisaje. Sobre todo, del urbano. Son lienzos y cuadernos andantes. Colgadas del hombro, exhiben ilustraciones, logos, palabras sueltas, frases completas o todo a la vez. Quizás se trate del fetiche cultural de nuestro tiempo; se venden en tiendas de decoración, en mercados de arte, en librerías y festivales de música y cine. Las bolsas de tela entraron en las casas de muchos jóvenes que ya no lo son hace un par de décadas y siguen teniendo sitio en los armarios de los que son jóvenes ahora.
Más que un utensilio, la tote bag (del inglés, to tate, llevar de un lado a otro) podrían considerarse un complemento. Pieza de ropa. Moda que, aparentemente, calma la conciencia. Como si de una relación de fuerzas sacada del piedra, papel o tijera, el ecologismo escolar enseñaba que los tejidos orgánicos vencen al más plástico. Son sostenibles porque duran más y resulta más fácil reciclarlos.
Un estudio elaborado recientemente por la Universitat Oberta de Catalunya lanza, sin embargo, varias alertas: que los españoles acumulamos una media de entre cinco y diez totebags por cabeza; que el cultivo del algodón es el “más sucio” por el gasto de agua, pesticidas y energía que representa; y que, como consecuencia, sería necesario utilizar durante cincuenta y cuatro años cada bolsa (sacarla a pasear unas 20 mil veces) para compensar la huella ambiental que deja su fabricación.
¿Qué hacer entonces? ¿Deberíamos volver al plástico, utilizar modelos de bolsas que sean más reciclables? ¿Existen?
Al otro lado del teléfono, a juzgar por su tono de voz, Julio Barea parece enarcar una ceja al escuchar estas preguntas. “La industria del plástico no deja de sacar este tipo de comentarios constantemente. Ven amenazado su negocio. Tienen muchísimo dinero para hacer campañas que desprestigian alternativas más sostenibles”, explica este colaborador de Greenpeace España, doctorado en Geología —especialidad de Hidrogeología, Ingeniería Geológica y Geología Medioambiental— por la Complutense, y experto en tratamiento y gestión de residuos después de cursar un máster en la materia en la Autónoma de Madrid. Barea trata de separar el grano de la paja en su reflexión: “Las bolsas de algodón orgánico se degradan en fibras vegetales, que se deshacen, y cuando dejan de usarse pueden reconvertirse en trapos. Una bolsa finita de plástico, en cambio, contamina durante cincuenta años hasta que se degrada”.
El hidrogeólogo se fija también en otro objeto que forma parte de la cotidianidad de muchas personas que lo transportan, precisamente, en sus tote bags: las cantimploras o botellas reutilizables: “Una botella de acero inoxidable tiene infinitos usos: puede durar tu vida entera. Si la terminas tirando, se reciclará el cien por cien de la botella porque es un material fácilmente reciclable”.
La ONU calcula que cada año unas 280 toneladas de plásticos de vida corta terminan en la basura y Barea amplía el razonamiento con una comparación: “Una botella de usar y tirar, en cambio, puede durar más de cuatrocientos. En ese tiempo, se degradará en pequeños fragmentos que pasan a todas partes. ¡Incluido a nuestro cuerpo! ¿Cuál es el coste de todo eso? El usar y tirar se tiene que acabar. De lo que sea. Son productos que provienen de recursos naturales no renovables; su fabricación está devorando el planeta. El futuro son materiales duraderos que sean reutilizables”.
Entonces, bolsas de algodón y las botellas térmicas, ¿aliadas o enemigas? “Lo que tenemos que hacer es pensar el asunto en términos de consumo. ¿Cuántas bolsas de tela necesito en mi casa? ¿Cada cuánto tengo que hacerme con una nueva? Ahí está la clave del asunto. Estamos rodeados por etiquetas de ecosostenible o ecofriendly. En los alimentos se reguló ese etiquetado, pero en este tipo de productos la legislación es muy laxa y no existe un control. Por parte del usuario es muy difícil determinar qué tipo de productos están fabricados con materiales más sostenibles. Lo más sensato es utilizar cosas que se puedan reutilizar al máximo”. Si en terrenos como la agricultura muchos entusiastas están mirando suficientemente atrás para poder caminar hacia adelante de forma sostenible, a lo largo de toda la geografía española pueden encontrarse métodos ancestrales para transportar las cosas del día a día, desde la compra a las llaves, la cartera o el móvil. Tal vez sea, entonces, la hora de reivindicar el cesto, el senalló, el saski, formas diferentes de llamar a esas alforjas de madera, esparto o mimbre que, después de que unas manos artesanas las confeccionen a fuego lento, pueden dejarse en herencia a la siguiente generación. Son perennes, perdurables. Volver a lo pequeño ayudaría a evitar el sobreconsumo. El despilfarro no se puede reciclar.